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Los prejuicios y el rechazo condenan a la comunidad trans en Bolivia a vivir del trabajo sexual


2018-08-31
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La Voz de Tarija

Shakira, trabajadora sexual trans de 38 años, se dirige a trabajar como todas las noches a la avenida Omar Chávez Ortiz de la ciudad de Santa Cruz, a pocas cuadras de la exterminal de buses. Empezó en el trabajo sexual a los 15 años ya que su familia no aceptó su identidad de género. “Uno quiere demostrar lo que uno quiere ser, la imagen de mujer. Uno tiene que afrontar la decisión de ser travesti o transexual, cuesta bastante con esta sociedad. Me alejé de mi familia (…) tuve la circunstancia de trabajar así, en la calle. Tuve que valorarme sola”, cuenta.

El artículo 23 de la Declaración Universal de Derechos Humanos indica que “toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo”, sin embargo, en Bolivia, las personas transgénero, transexuales y travestis no gozan de este derecho y ven el trabajo sexual como la única opción para generar ingresos económicos.

El rechazo, el estigma y la discriminación obligan a muchas de las personas trans a buscar sustento económico en el mundo del sexo puesto que en Bolivia se les cierran las puertas de cualquier otro empleo por su mera condición de personas transgénero.

De hecho, los datos del informe sobre el trabajo sexual del 2017 dejan en evidencia que la población trans, “sobre todo las mujeres transexuales, en altísimo porcentaje se dedica a la prostitución”.

Esta situación la conoce bien Shakira, no en vano, tuvieron que pasar 20 años hasta que su familia aceptó su imagen de mujer y le dejó retornar al hogar.

Rechazo y exclusión familiar

La exclusión familiar es un denominador común de las personas transgénero, según reconoce Vanina Lobo Escalante, coordinadora departamental de la población trans en Santa Cruz. Ella misma sufrió en carne propia el rechazo y la hostilidad de su familia.

“Sentía que había algo de mí que no estaba coherente (…) yo me sentía una niña más, y me colocaba la ropa de mi hermana”. Su forma de ser no fue aceptada por sus hermanos ya que la insultaban y la pateaban por caminar de “forma afeminada”.

A sus 12 años, su madre se enfermó y una de sus hermanas tuvo que llevarla desde Beni hasta Cochabamba para que recibiera tratamiento médico. Sus hermanos aprovecharon la ocasión para botarla de su casa contando a su padre que Vanina se había escapado. Su padre la encontró y la llevó de vuelta a casa, sin embargo, la situación solo empeoró.

A los 14 años la maniataron en su casa y su padre le dijo que debía presentarse al servicio militar. Vanina aceptó bajo la condición de que posteriormente le dejaran llevar su vida como ella decidiera. “Le dije: cumplo con el servicio militar, pero me dejas hacer con mi vida lo que yo quiera”.

Respetó su palabra e hizo el servicio militar durante un año en el Regimiento Ballivian II de Caballería en San Joaquín. Su padre, en cambio, no cumplió con su parte y lejos de aceptar su identidad de género los golpes y las palizas se hicieron constantes. “A los 15 años me fui de casa porque uno de esos días iba a amanecer muerta”, relata.

En su huida encontró acomodo en Santa Cruz donde tuvo que comenzar a realizar trabajos sexuales ya que ningún empleador la quiso contratar al conocer que era una mujer transgénero.

Agresiones y vejaciones

Además del rechazo, y de las dificultades para desarrollarse en la vida como cualquier otro ciudadano, las personas trans sufren todo tipo de agresiones y vejaciones. “Algunos se hacen pasar por clientes, pero cuando llegan a la habitación nos agreden “, asegura.

Las mujeres trans que realizan el trabajo sexual en Santa Cruz se sitúan repartidas en varios puntos de la ciudad: en el cuarto anillo, en la zona mutualista, en el tercer anillo, segundo anillo, en el plan tres mil y en cercanías del Palacio de Justicia. El manto oscuro del cielo es su techo y la brisa del viento, el abrigo en su espacio de trabajo.

En una de las esquinas de la avenida Omar Chávez, alrededor de 15 trabajadoras sexuales trans esperan clientes para ganar unos pesos que les permitan cubrir sus principales necesidades. En una buena noche, pueden llegar a ganar hasta 300 bolivianos, sin embargo, otras noches, retornan a su casa sin un solo servicio realizado.

“Es muy difícil encontrar trabajo para nosotras que somos personas diferentes para la sociedad”, señala Daniela, una mujer trans que ejerce la prostitución desde hace un año y medio debido a la imposibilidad de encontrar otra fuente laboral.

El trabajo de la noche acarrea una serie de dificultades como agresiones, trifulcas, escándalos o arrestos.  “Cuando nos agreden la policía nos arresta a nosotras (…) dicen que nosotras siempre somos problemáticas”, lamenta Daniela.