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De clandestinidades y disidencias: Eugenio, varón trans e hijo de desaparecidxs


2020-03-22
http://agenciapresentes.org/2020/03/22/de-clandestinidades-y-disidencias-eugenio-varon-trans-e-hijo-de-desaparecidxs/
Presentes

El que hoy tiene 47 años y se llama Eugenio Ernesto Talbot Wright fue empujado desde antes de nacer a la clandestinidad política y a la disidencia sexual. Su padre, Héctor Eugenio Talbot Wright, médico e integrante de la conducción de la guerrilla peronista Montoneros, estaba casado con la también médica y militante Elisa Lara, pero tuvo una relación con otra dirigente montonera que derivó en un embarazo.

El 23 de marzo de 1973, esa mujer dio a luz a una criatura que en su primera y legal partida de nacimiento tuvo un nombre femenino. Para proteger a esa beba de una venganza represiva contra su madre biológica, se había decidido  –por idea de su padre y con la aprobación de la jefatura de la organización–  que la iba a criar el matrimonio Talbot – Lara y con una fraguada identidad masculina.

Con secretos y verdades, conflictos y dilemas, marchas y contramarchas, esa estrategia motivada en las “razones de seguridad” de un proyecto revolucionario marcaría su futura identidad. “Soy el más viejo de los varones trans que conozco y hasta ahora el único varón trans hijo de desaparecidos”, dice hoy Eugenio. 

Con esa doble vida –puertas adentro niña y afuera niño– transitó su infancia en los años del terrorismo de Estado. En septiembre de 1974, Montoneros pasó a la clandestinidad y en ese contexto su padre se separó de la esposa. Dos años más tarde, Héctor Talbot tenía el grado de comandante primero en la organización guerrillera, cuando el 16 de octubre del 76 fue emboscado en la Ciudad de Buenos Aires por un grupo de tareas de la Armada. Héctor intentó evitar el secuestro, los represores lo acribillaron en plena calle y llegó muerto al campo de concentración de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Meses después, la patota de la ESMA mataría de idéntica forma a su compañero en el área de Inteligencia de Montoneros, Rodolfo Walsh.

La madre biológica de Eugenio marchó al exilio en Europa y años después, al regresar al país, fue secuestrada y desaparecida en Buenos Aires. En su familia hay más víctimas del terrorismo de Estado, lo que otorga sentido a aquella extraña forma de proteger a su descendencia.

Eugenio siempre llamó “mi vieja”a Elisa Lara, quien murió el 22 de febrero pasado. Días después de la partida de su madre, el hijo escribió en Facebook: “Aun sin haberme parido, me llenó de calor entre sus pechos sin leche pero llenos de alimento proveniente del corazón más noble, comprometido, solidario y hermoso (…) He sobrevivido porque se me educó con la verdad, el respeto y el cariño más puro y revolucionario (…) Ella me recibió entre sus brazos y escuchó mis primeros latidos. Entre los míos, ella dio sus últimos y se despidió diciendo que ya había sufrido mucho”.

La otra clandestinidad

Eugenio tenía 10 años cuando en 1983 finalizó la dictadura cívico-militar, pero la apertura democrática no puso fin a la clandestinidad en su vida. Me dejaron de cortar el pelo y me pusieron vestidos –cuenta–, pero yo quería vestirme menos de mujer y más de varón. En esa posibilidad de habitar los dos géneros, la separación entre uno y otro me parecía cada vez más irreal y difusa. Yo no tenía las características de las personas que viven la transexualidad desde una situación de violencia. Me gustaba disfrazarme de la Mujer Maravilla, jugar con muñecas y no me gustaba el fútbol. Pero quería vestirme de varón, no tener el pelo largo y que me digan Eugenio”.

A escondidas de su madre, comenzó a administrarse testosterona. En poco tiempo se desarrolló su musculatura y afloraron los caracteres sexuales secundarios masculinos. En la familia creyeron que era intersex (personas que nacen con cuerpos cuyas características sexuales varían respecto de las que se consideran promedio, típicas y *la norma*). Ser intersex no es una patología, pero la familia lo vio como una enfermedad y quiso llevarlo al médico. Eugenio confesó que se inyectaba hormonas. Con el apoyo de su abuela paterna logró que la familia consintiera y acompañara su identidad.

Afuera seguía la violencia. En la escuela y en el club, “se empezaba a filtrar que tenía una genitalidad diferente”  –recuerda Eugenio–  . Ya adolescente fue blanco del acoso policial. “A los 15 años, empecé a ir a los boliches gays, para relacionarme con pares y porque siempre me gustó esa cuestión de la clandestinidad –relata–. Era un contexto complicado, donde existían los artículos y los códigos de faltas. Durante una razzia alguien me delató: ‘Ese que parece un pibe y encima es menor, es una mujer’. Me llevaron a la Seccional 1ª, a mí y a las mujeres trans. Estas palabras no eran de la época, en aquel momento nos llevaban como ‘la torta’ y ‘los travestis’. En la comisaría, lo primero que hicieron fue desvestirme y violarme. Cada vez que me llevaban en cana, era esa cosa perversa: ‘El varón que tiene vagina’, y después venía la cagada a palos colectiva”.

Las travestis con que compartía esas detenciones lo protegían, pero los abusos policiales se hicieron más frecuentes y su madre empezó a temer “otra desaparición en la familia”. Eugenio decidió irse de su casa para no mortificarla y emprender lo que a priori imaginaba como el punto culminante de su transición: la cirugía. Luego de un estudio psiquiátrico que lo abordó como intersexual, viajó a Chile para operarse con Antonio Salas, el famoso urólogo que había realizado la primera cirugía de cambio de sexo el mismo día en que nació Eugenio, antes del golpe de Estado de Augusto Pinochet. Él le practicó tres intervenciones: ovarohisterectomía, vaginectomía y reconstrucción genital.

La intervención y la crisis

Al salir del quirófano, sobrevino una crisis: “Me encontré habitando un cuerpo que no conocía y carecía de formas, que iban a consolidarse después de semanas, meses y años. El cirujano decía que era un éxito, pero yo me sentía mutilado, con heridas abiertas, puntos de sutura… Eso me provocó una crisis enorme, que hemos pasado muchos. El conflicto de no entender cómo ibas a funcionar y plantearte qué habías hecho con tu cuerpo, por qué te habías esterilizado. Fue lo primero que me pasó por la cabeza. Hoy me planteo que me hubiera gustado tener hijos. Antes no me lo planteaba, hasta después de la cirugía”.

Eugenio tiene 1,75 de estatura, contextura robusta, barba tupida y voz grave y potente. Su activismo por los derechos de la comunidad trans y por Memoria, Verdad y Justicia salta a la vista en su casa, donde una habitación funciona como oficina de militancias. La imagen y la convicción del presente contrastan con aquella crisis existencial de la que también es sobreviviente.

“En ese tiempo posterior a las cirugías, empecé de nuevo a vestirme de mujer, y ya en un cuerpo que ni siquiera respetaba la anatomía que tuve en un principio. Fue extremadamente duro entender que ya no había marcha atrás. A pesar de los esfuerzos que hice, entendí y acepté que realmente deseaba vivir como varón trans, pero también rescato esa historia que muchos no contarían. No quiero decir que todas las cirugías sean violentas, sino que cuento una experiencia personal, sin romantizarla”, señala.

—¿Hoy cómo vivís tu identidad?

—Después de plantearme esas cuestiones, pude resolverlas y volver a transitar mi identidad de varón trans, ya con un cuerpo que empecé a entender mejor y con el que vivo perfectamente. ¿Si lo haría de nuevo hoy? Sí… seguramente.

—¿Cuál es tu idea del género?

—La transición nunca termina, es continua. En la transexualidad como la llevo yo y muchos varones trans –no voy a hablar de las mujeres trans porque sería irrespetuoso–, tratamos de imitar al varón cis, en nuestras apariencias, los gestos, la barba. En realidad, no tenemos esa identidad. Yo veo a los compañeros desesperados por hormonas y mastectomía, y me suena a una gran imposición de lo social sobre nuestros cuerpos. Esa es una posibilidad de habitar el género: usar hormonas –de hecho, yo las uso– y hacerse una cirugía –de hecho, yo me hice la más cruenta– me parece genial, pero también existen otras posibilidades de expresión de género. Yo viví la patologización de la transexualidad, y de nuevo la estamos legitimando sin darnos cuenta, cuando pedimos hormonas y mastectomías al Estado. ¿Esa es la necesidad urgente de este colectivo? Las urgencias son otras: medicina integral, por ejemplo.

La doble vida militante

Eugenio quiso continuar la vocación de sus padres: en 1995 entró a la carrera de Medicina en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), pero no alcanzó a terminar el cursillo. Alguien dijo que era una persona trans y lo acusaron de “adulterar un documento nacional de identidad”. La situación legal se aclaró, pero decepcionado abandonó la carrera y se fue a vivir a Cuba, donde se recibió de veterinario. “Cuba era el ideal de mis viejos, el país socialista, pero era homofóbico y transfóbico. No conmigo, porque yo me había operado y me había ‘curado’. Es más, allá me hicieron algunas intervenciones estéticas más”, recuerda.

A su retorno a Córdoba, al activismo LGTB le sumó la militancia en los organismos de derechos humanos, en el Servicio de Paz y Justicia (Serpaj), en Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas y en H.I.J.O.S. “Ahí recordé las historias que escuchaba cuando caía preso en las comisarías. De las compañeras trans que habían pasado por un centro clandestino de detención o habían estado en el campo de La Perla… Si para los milicos, uno de los enemigos políticos del sistema eran las disidencias sexuales: los putos, las tortas y las travestis, ¿cómo no reconocernos como sujetos víctimas de una persecución política? ¿Cómo era posible que los organismos se cerraran a eso? ¿Cómo no entender que ese era un resabio de las dictaduras que siguió en democracia?”.

De esas luchas tan difíciles de conciliar, Eugenio rescata, en los años 90, “la confluencia del movimiento obrero con las demandas trans y travestis que comenzaban a surgir. En pleno gobierno de Carlos Menem, los trabajadores marcharon en las calles de Córdoba con el movimiento trans”. También, el haber conectado a abogados de derechos humanos, como María Elba Martínez (del Serpaj), con el colectivo LGTBQ, lo que derivó a mediados de esa década en la derogación de artículos contravencionales que criminalizaban la diversidad sexual.

Contra-información, trabajo y tabúes

El 2 de octubre de 2013, Eugenio declaró como testigo en la Megacausa ESMA. Allí destacó que su padre fue un cuadro de inteligencia de Montoneros y contó que con Walsh y Francisco ‘Paco’ Urondo trabajaban en la Agencia de Noticias Clandestinas (ANCLA) y planeaban “escribir un libro para relatar los hechos que estaban pasando”. Por entonces, Eugenio trabajaba para los organismos de derechos humanos en la cobertura periodística de los juicios de lesa humanidad en Córdoba e integraba el consejo editor del periódico Será Justicia. Incluso, tuvo a cargo El diario del juicio en el proceso a los ex jueces y funcionarios judiciales acusados de complicidad con el terrorismo de Estado.

La contra-información y el periodismo militante fueron otro común denominador en la vida de los Talbot Wright. En 2018 Eugenio volvió a la UNC para estudiar Ciencias de la Comunicación y a poco de ingresar se sumó al Centro de Estudiantes y a las actividades de conmemoración del terrorismo de Estado. Desde hace varios años, da charlas –casi siempre junto a la referente trans Ivanna Aguilera, de Devenir Diverse– sobre la represión a los colectivos LGTBIQ+ en dictadura y democracia y en la actualidad milita en Otrans y escribe para la agencia Sudaka.

La visibilidad pública y la adrenalina política coexisten con su realidad de trabajador precario y su pelea cotidiana en un mercado laboral hostil a las identidades diversas. En los últimos cuatro años, Eugenio se ganó la vida dando talleres para el Colegio de Psicólogos, como redactor durante los juicios de lesa humanidad, cocinando empanadas para la cantina trans de la Facultad de Filosofía y Humanidades y como encuestador de la Escuela de Oficios de la UNC. El monotributo es lo más cercano a la legalidad laboral que conoce. Nunca tuvo un trabajo formal.

—¿Por qué no podemos publicar el nombre de tu madre biológica?

—Porque ya no quiero tener problemas con su familia.

—¿Y por qué los tendrías?

—Porque no está bueno que un cuadro importante de Montoneros haya tenido un hijo trans. Eso también me da bronca.

—¿Ese es un problema de ayer o actual?

—Es un problema hoy. Si yo hubiese sido mujer, estaba todo bien. El problema es que fui trans.