Noticias

El orgullo gay en medio de los Andes


2022-06-09
https://www.la-razon.com/voces/2022/06/09/el-orgullo-gay-en-medio-de-los-andes/
La Razón

Hoy me siento privilegiado por poder ser abiertamente marica en mis espacios sociales, pero cada que llega el mes del “orgullo gay” tengo más dudas que certezas. Me pregunto si en Bolivia entendemos la lucha de la diversidad sexual en términos de importación de luchas sociales de países del norte, o si estamos camino a entenderla desde el conocimiento indio, más allá de seguir las normas del primer mundo sobre “cómo ser gay”.

La teoría queer ha estudiado las identidades no binaries con fundamentos filosóficos que pueden considerarse universales, pero ¿es ese un motivo para importar ideas y luchas o es una llamada de atención para que leamos nuestro contexto? A finales de mayo de este año se realizó la tercera unión libre entre personas del mismo sexo con inscripción en el Serecí, lo cual es una victoria en la búsqueda de derechos, pero esto debe acompañarse con reflexión teórica sobre nuestra identidad.

La diversidad sexual es inherente al ser humano y por supuesto que el pensamiento andino tiene un entendimiento propio del asunto. Juan de Santa Cruz Pachacuti escribió a inicios del siglo XVII su Relación de las antigüedades del Reino del Perú, un valioso repositorio sobre el mundo precolonial. Allí cuenta que, debido a una crisis en la sucesión de gobernantes, el Inca convocó a un Dios hoy desaparecido: Chuqui Chinchay o el Apu de los Otorongos, deidad que en el Tahuantinsuyu era patrono de los “indios de dos sexos”. Pensar qué entendían los quechuas de la época por “persona de dos sexos” es un tema que excede las intenciones de esta columna, pero claramente se trata de un espacio medio entre lo masculino y lo femenino: el espacio de lo q’iwa, aquello que la cultura occidental llama queer.

Michael J. Horswell ha estudiado cómo los chamanes qariwarmi (hombres-mujeres) realizaban las ceremonias a este Dios, travestidos, siendo un signo visible de contacto entre los dos sexos (pero también entre el presente y el pasado, entre la vida y la muerte). El aspecto más conocido de la crónica mencionada es un dibujo cosmológico de la creación. En él aparece representado Chuqui Chinchay en forma felina en el espacio inferior y en forma de estrella en la parte superior. Cuando llegó la colonia, por supuesto que la corona no supo entender estas ritualidades e impuso el matrimonio como norma social para la vida de la sexualidad: Chuqui Chinchay y sus chamanes fueron vistos como diabólicos e inaceptables y, con el tiempo, desaparecieron.

En la actualidad existe en la cosmovisión aymara cierta representación comunitaria del homosexual asociada a la siguiente afirmación: janiwa llaqisañaqiti q’iwanakata jupanakaxa warawaranakana uñxatata sarnaqaphiwa (no debemos tener pena de los homosexuales porque ellos caminan mirando las estrellas). La interpretación de la frase sería que los q’iwanaka somos personas protegidas y bendecidas por las estrellas. Por este motivo, si bien el q’iwa es silenciado socialmente, la misma comunidad reconoce sus dones al verlo como persona que ostenta riqueza y bondades materiales que el resto quisiera tener. El wapuri en la kullawada tiene más joyas y su vestimenta es más ostentosa que la del resto debido al papel social que se le brinda.

No es casual que el Dios Chuqui Chinchay haya estado representado en una estrella y que ese sea también el término que aparece en la afirmación comunitaria que cité. No ha sobrevivido el Dios, pero ha quedado su esencia en la forma en que nos vemos y habitamos el mundo; el qariwarmi y sus ritos han desaparecido, pero el wapuri sigue bailando en el Gran Poder. Es decir, existe un entendimiento andino de lo q’iwa que ha sobrevivido a la colonia en forma de cuerpos, de danzas, de vivencias.

Es urgente preguntarnos si el lugar social del q’iwa es un espacio análogo al del matrimonio o unión libre. Puede que sí lo sea, pero en lugar de asumir un guion oenegero de cómo debe habitarse el espacio de lo gay, nuestro contexto nos llama a pensar si el chachawarmi, que ha funcionado como ordenador social de las relaciones en una complementariedad de lo femenino y lo masculino, tal vez pueda ser entendido más allá del sexo biológico, o si más bien lo q’iwa viene acompañado de otras construcciones sociales que aún no hemos podido leer en nuestros cuerpos. Es tarea nuestra pensar el lugar social que nos corresponde y exigirlo en leyes y derechos, pero hay que hacerlo desde una reflexión del pensamiento andino que nos permita superar la mentalidad colonizada con que lo hacemos en la actualidad.