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Ser “maricón” en Bolivia es vivir la homofobia todos los días
En el año 1990, en fecha 17 de mayo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) quita la homosexualidad del listado de enfermedades mentales. Desde el 2004 se conmemora la fecha con el fin de celebrar, y visibilizar la existencia de otras formas de amor y sexualidad por fuera de las socialmente aceptadas, Día internacional de lucha contra la homofobia, bifobia y transfobia. En Bolivia diferentes organizaciones levantan actividades en espacios públicos para ferias informativas, manifestaciones, marchas y más. La antesala a esta fecha conmemorativa, está marcada por una serie de agravios y vejámenes cometidos a nivel mundial a las personas homosexuales, con el fin de estudio y tratamiento en el campo médico de manera legal. Antes del año 1990 los tratamientos para la homosexualidad y la transexualidad iban desde choques eléctricos hasta terapias de culpabilidad que en muchos casos terminaban en la depresión del paciente hasta el suicidio.
En Bolivia, los motivos para celebrar no pasan de una fecha simbólica, y valga la aclaración que vivimos en un país que cuenta con una ley que expresa el respeto a la homosexualidad, bisexulidad y transexualidad, que es la 045 “LEY CONTRA EL RACISMO Y TODA FORMA DE DISCRIMINACIÓN”. Sin embargo, los puntos pendientes para, lo que yo llamo “la mariconada boliviana” (y me incluyo por supuesto), no están solamente a la espera de leyes retóricas que no se cumple. Es un asunto pendiente desmantelar la homofobia social reforzada desde el Estado Plurinacional y sus normativas, la homofobia reforzada en el sistema educativo y en las lógicas de convivencia humana. En Bolivia, por el decreto supremo 245471 se prohíbe a las personas homosexuales y bisexuales donar sangre por ser “promiscuos”. ¿De dónde parte ese hecho tan desfavorable para quienes vivimos con una orientación sexual distinta?, bajo esa lógica los maricones somos por excelencia los portadores de VIH y el SIDA en Bolivia. Vivimos en un Estado profundamente homofóbico, conformado por funcionarios (de derecha y de izquierda) que administran el país bajo un operario conservador sobre la lucha de los maricones y las mariconas en Bolivia.
Y los pendientes para la mariconada boliviana no terminan ahí, puesto que no existen procedimientos concretos que los operadores de justicia puedan aplicar para sancionar un delito de homofobia. Tampoco es una realidad el reconocimiento de la identidad de género, negando la libertad de quienes quieren llamarse como les viene en gana. Las mujeres transexuales son las que, socialmente, reciben los golpes más duro contra su inagotable diferencia; las redadas policiales, en las calles de la prostitución, para extorsionarlas y cortarles la cabellera siguen vigentes, la obligación de vestir “como hombres” para el carnet de identidad también, e inclusive, la Ley integral para garantizar a las mujeres una vida libre de violencia no reconoce a las mujeres transexuales en su itinerario de delitos.
El campo político es también otro asunto pendiente para la mariconada boliviana. No existe la representación directa desde el Estado para el movimiento de la diversidad sexual, lo que sí hay son cuotas sociales que responden a otros intereses políticos. El caso de Manuel Canelas, Diputado del MAS, que en tiempos de campaña reveló a nivel nacional su homosexualidad. El caso de Edson Hurtado, Jefe Regional de Culturas en Santa Cruz, el caso de París Galán, artista Drag queen, Asambleísta por el partido Sol.bo en La Paz. Todos los casos mencionados se tratan de una impostura, de una usurpación de la identidad sexual en términos representativos en la política formal. Son funcionarios del Estado sí, pero no representan a nadie y peor aún no significan ningún cambio en los parámetros de homofobia y transfobia en el Estado Boliviano. Se han encargado de nutrir, con su homosexualidad, un sistema político que está podrido y que no garantiza, sino que niega los derechos humanos más básicos para la diversidad sexual.
La activista transexual Raiza Torriani, quien tuvo la voluntad de ser candidata a Diputada en las pasadas elecciones generales, se quedó prácticamente con los “moños hechos”, porque no se la reconoció, a pesar de su lucha que data de hace muchos años en su condición como mujer trans, exigiéndole la presentación de la Libreta del servicio militar obligatorio, como si se haya tratado de cualquier otro candidato hombre.
No quiero perder el tiempo diciendo que las personas homosexuales también sentimos amor, esas frases almibaradas las escucho también venir de personas que camuflan su homofobia con tolerancia, en este caso quiero dejar en claro que existen horizontes de lucha por fuera y en contra del Estado y la sociedad boliviana que están delimitados por manifestaciones directamente religiosas, conservadoras y de doble moral. La mayoría de organizaciones LGBTs que dicen luchar por los derechos de la diversidad sexual, están enfangadas en acusaciones de corrupción que más bien restan a sus objetivos, carecen de un discurso sólido más allá de la petición de derechos civiles como el matrimonio igualitario y la tan gastada inclusión social. El 17 de mayo es un día para recordar, para celebrar; pero también, para plantearnos una lucha pendiente que está lejos de acabar.